12/9/12

Este juego de Fantasmas - Capítulo 16


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Supongo que lo único que hace que conservemos el equilibrio emocional es creer que controlamos la situación. En el momento en que creemos estar perdiendo el control, el miedo se introduce en el frágil equilibrio de nuestra cordura. Morir por ahogamiento, fuego o caída son miedos arquetípicos que todos reconocemos, aunque pocos viven para contarlos por experiencia. Temblamos ante la idea del dolor que acaba en lo desconocido y pensamos equivocadamente en ellos como en nuestros peores miedos. La realidad violenta y arrolladora de estrellarse en coche o despeñarse por la ladera de una montaña es tan brutal que, de hecho, no da tiempo a tener miedo. Lo más normal es experimentarla con profunda calma y resignación, con una impotencia tan profunda que saber que no podemos hacer nada nos deja emocionalmente vacíos.

El miedo incontrolado es una emoción corrosiva, algo que roe tu mente, te inutiliza en un doloroso estado de ansiedad y no te deja nada bueno. ¿Voy a ganar o a perder? ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagar la hipoteca? ¿Están seguros mis hijos? ¿Le gustaré a la gente? ¿Seré un fracasado? ¿Pareceré inoportuno o aburrido? ¿Seré lo bastante bueno, lo bastante fuerte, lo bastante valiente? ¿Me estaré equivocando de medio a medio? Esa clase de miedos son sólo enfermizos; enfermedades de la mente que no da respuestas a tus preguntas y te deja en un limbo de angustia. Al menos en los miedos arquetípicos hay una descarga de adrenalina de "pelea y huye", y el sentimiento de satisfacción y confianza que produce el enfrentarse a la bestia.

Si decides plantarte bajo una vasta pared montañosa y dar ese primer paso, entonces tendrás el lujo de elegir tu miedo. Es algo que haces voluntariamente. Abrazas el futuro cercano y todo lo que este pueda echar en tus brazos abiertos y en tu mente abierta, seguro de que lo conseguirás, de que tienes el control. No hay forma de controlar la ansiedad paternal ni las dudas existenciales del ejecutivo estresado, ni el mundo de los solitarios y los melancólicos. Cuando nos los permitimos, los miedos imaginarios de este tipo nos hacen prisioneros. Son la multa por pensar, la penitencia por vivir.

De un modo curioso, tal vez el escalador deja de vivir cuando empieza a escalar. Pasa del mundo actual de la ansiedad a un mundo donde no hay lugar ni tiempo para esas distracciones. Todo lo que le importa es sobrevivir en el presente. Cualquier pensamiento de cuentas del gas e hipotecas, seres queridos y enemigos, se evapora ante la necesidad absoluta de concentrarse en lo que tiene entre manos. Lleva una segunda vida de decisiones simples en blanco y negro: caliéntate, come, ten cuidado, descansa lo conveniente, cuídate y cuida de tu compañero, estáte atento. Estáte atento a todo hasta que no haya más que presente y no haya miedos corrosivos que devoren tu confianza.

Vivir en el momento y sólo para el presente te proporciona una ventaja inesperada. Me parece que si puedes huir de la necesidad de conocer el futuro y liberarte de las ataduras del pasado, actuando así en y sólo para el presente, entonces adquieres una libertad absoluta. Si logras simplemente existir, eres más libre de lo que probablemente puedas haber imaginado. Creyendo en esto ha sido como más cerca he estado de entender la visión existencialista del mundo. Jean-Paul Sartre proclamó que "se puede confiar en la realidad sola" y que las esperanzas, ambiciones, sueños y expectativas son engañosas. Escribió que "el hombre no es más que una serie de empresas" y que "sólo existe en tanto en cuanto se realiza a sí mismo, por lo tanto no es más que la suma de sus actos, no es más que lo que su vida es".

En la libertad absoluta que se consigue viviendo solamente el presente, siquiera temporalmente, siento que experimento lo que él quería decir. El escalador elige aceptar un alto grado de riesgo, y al hacerlo toda la responsabilidad de su existencia reposa sólo sobre sus espaldas. Aunque esto sea cierto en cada momento de su vida, nunca es más evidente que cuando ha entrado en ese mundo suspendido de la realidad presente. Cualquier acción que lleve a cabo le afecta directamente a él, y por consiguiente también a su compañero, a quien está tan entregado como a sí mismo. Sartre dice que el existencialismo "no es una filosofía del inmovilismo, pues define al hombre por sus actos; ni una descripción pesimista del hombre, pues ninguna doctrina resulta más optimista, el destino del hombre está depositado en él mismo. Ni se trata de un intento de apartar al hombre de la acción, ya que dice que no existe esperanza más que en su acción, y que lo único que le permite tener vida es el hecho. Es una ética de la acción y la autoentrega".

Hay momentos en las altas y frías montañas, momentos que dan valor a la vida, en los que esto es precisamente así. Son instantes frágiles y pasajeros en los que los límites entre la vida y la muerte parecen solaparse, en los que el pasado y el futuro dejan de existir y eres libre. Es precisamente por esta entrega al presente por lo que resulta tan difícil mirar hacia atrás, a lo que has hecho, y explicar por qué eliges hacerlo. Quizá tengas que aceptar que en algún momento tu "yo" futuro mirará hacia atrás y se reirá de lo que fuiste una vez; eso es que el tiempo traiciona todo aquello en lo que una vez creíste. Al mirar hacia atrás pierdes la perspectiva del presente, y nunca puedes explicarte del todo a ti mismo.

Cuando el escalador hace equilibrios sobre la frágil línea entre los mundos de la vida y la muerte, echando una ojeada cautelosa al otro lado, es como si fuera inmortal, ni vivo ni realmente muerto. Cuando baja de las montañas y vuelve con paso incierto a la vida, intenta con poco éxito comprender lo que acaba de experimentar. Tiene un atormentador recuerdo de esos días, pero es incapaz de decir con exactitud lo que ha sucedido. No puede tocarlo, y aun así no le cabe duda de que ha ocurrido algo. Pero al volver al tiempo de las preocupaciones por el pasado y el futuro, esta certeza se desvanece hasta no parecer más que el recuerdo nebuloso de un fantasma vislumbrado a medias en un pasillo distante y deteriorado por el tiempo. Una vez supo que lo que había visto era real, pero ahora no está seguro, nada parece real y tiembla, a punto de volver a echar un segundo vistazo para asegurarse de que lo vio. La incertidumbre le cosquillea la mente hasta obligarle a regresar. Cuando los miedos y ansiedades corrosivas de nuevo se amontonan a su alrededor, recuerda aquel estado esquivo en el que se detenía el tiempo, esos días en los que sus perspectivas cambiaban a otra dimensión de la vida, y ansía volver allí.

Nunca he conseguido perder esa sombra de recuerdo de las montañas. Incluso cuando me convencí a mí mismo de que nunca volvería a escalar después de lo de Perú, no pude librarme de esos recuerdos que me perseguían, ni de la sensación de que una vez estuve en algún lugar etéreamente hermoso y vi un mundo intangible que quería ver de nuevo.


Joe Simpson (This game of Ghosts - 1993 - Jonathan Cape Ltd.)

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